América/Machu Picchu/Perú

Machu Picchu: crónica del día que mi sueño adolescente conoció a los incas

Eran las 4:30 de la mañana, la carretera angosta y curveada estaba llena de neblina y lloviznaba. El conductor iba rebasando en curva, manejando a toda velocidad, despreocupado y escuchando alguna especie de música popular peruana que se parece a la cumbia. Mis manos sudaban por el miedo de tener un accidente a causa de esa forma de manejar, y definitivamente no pude conciliar el sueño a pesar del cansancio. Pasaría una de dos cosas: o nos accidentábamos, o llegábamos muy temprano a nuestro destino. Íbamos de Cusco a Ollantaytambo, el lugar donde se aborda el tren que llega al pueblo de Machu Picchu, en Perú. 

Hora y media antes sonó la alarma del despertador que pusimos en el celular. Benjamín y yo nos encontrábamos por segundo día en la bella ciudad de Cusco, una ciudad a aproximadamente 3,200 metros sobre el nivel del mar, donde la altura se siente, debilita y causa la sensación de no poder respirar profundamente. Einer, uno de los trabajadores de La Estancia de la Abuela – el acogedor hotel en donde nos quedamos- nos dijo que la camioneta con los demás turistas que iríamos a Machu Picchu ese día pasaría por nosotros a las 3:30 de la mañana, por lo que media hora antes despertamos y nos preparamos para la salida. Aquel día 5 de abril de 2015 yo cumpliría el sueño que se instaló en mi cabeza 15 años atrás, cuando yo apenas era una chamaquita de 13 años y descubrí la existencia de Machu Picchu gracias a los libros.

Pero no fue así. Dieron las 4 de la mañana y nadie llegó por nosotros. Desde el hotel se movilizaron de inmediato. Einer llamó por teléfono al señor Richard, el dueño de la estancia, y con rapidez nos ayudaron a resolver el problema. Tomamos un taxi que casi nos dejó en un crucero de Cusco donde se toman taxis y camionetas estilo «van» – casi, porque el taxi se descompuso en pleno camino – y ahí fue cuestión de conseguir un vehículo que nos llevara hasta Ollantaytambo.

Teníamos el tiempo encima, pues nuestros boletos de tren estaban ya comprados para la salida de las 6:30 de la mañana, y de Cusco a Ollantaytambo son aproximadamente hora y media de camino. El problema de viajar en una «van» es que hay que esperar a que se llenen de gente para poder arrancar, y a esa hora del día se llena lentamente. Afortunadamente Richard consiguió un taxi que nos llevara hasta allá, y compartimos el auto con otra de las pasajeras que esperaba a que se llenara la «van» para comenzar el viaje. Lo acepto: por mi mente pasó la posibilidad de que no pudiera conocer Machu Picchu aquel día y mi mente triste comenzó a hacerse a la idea.

Luego de semejante forma de manejar, llegamos a tiempo a la estación de trenes de Ollantaytambo. Nos dio tiempo de comprar un par de tortas, un par de chocolates calientes para soportar aquel frío madrugador, y algunas golosinas por si se necesitaban el resto del día. Tomamos algunas fotografías y nos sentamos en la sala de espera de la estación hasta que llegó nuestro tren: Inca Rail. No había arrancado el tren, y nosotros ya estábamos dormidos en nuestros asientos. Los días anteriores en Lima, Huacachina y Paracas habían sido cansados. Recuerdo que pasó alguna señorita a ofrecer bocadillos para el camino que duró hora y media pero fuimos incapaces de reaccionar. También nos perdimos de las bonitas vistas panorámicas que se obtienen durante el trayecto, pues el tren tiene ventanas laterales y superiores, y las vías pasan entre montañas, barrancos y ríos.

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Sin darnos cuenta habíamos llegado a la estación de trenes del pueblo de Machu Picchu, donde finalmente nos esperaba el guía del tour que se había olvidado de nosotros en Cusco. Saliendo de la estación hay que cruzar un mercado de artesanías, subir a un puente que atraviesa las vías del tren y un riachuelo, para finalmente llegar a la estación de autobuses que cada 15 minutos tiene salidas rumbo a la ciudadela de Machu Picchu. Abordamos casi de inmediato y esta vez no dormimos durante los 30 minutos que el camión repleto de gente sube una montaña, en zig-zag, a lo largo de un estrecho camino donde a lo ancho apenas caben 2 autobuses. En momentos no caben ni los dos camiones y hay que hacer valientes maniobras para no estorbarse, cuidando de no caer por el fatal voladero.

Sin poder creerlo, por fin habíamos llegado al destino por el que decidimos comprar boletos de avión a Perú, 15 días atrás. Ahí nos reunimos con el resto de los turistas del tour en el que íbamos. La entrada al santuario de los incas estaba abarrotada de gente, y tras 15 minutos de fila por fin pudimos entrar. El día continuaba bastante nublado e incluso se sentía un ligero frío.

Son 10 minutos de subida por un sendero de escalones improvisados con rocas, y entorpecidos por la gente que tiene que detenerse a tomar un segundo aliento. Al final se encuentra el cielo, el sueño, lo que siempre había imaginado y que sólo había visto en los libros y la televisión. Está el mirador que ofrece un orgasmo visual al poder presenciar en todo su esplendor al lugar que fuera la casa de los incas, con las montañas Huayna Picchu y Macchu Picchu en el fondo. Ese punto desde donde se ve con claridad el legendario perfil de la cara del inca que se dibuja son la silueta de las montañas.

Todo era neblina. No se veía ni una pizca de aquel soñado paisaje. El viento soplaba fuerte y empujaba a aquellas espesas nubes, para darle paso a más y más nubes. Nada, ahí no había nada, tan sólo un fondo grisáceo traslúcido en movimiento. No sabía si reír o llorar. Aquello no podía ser cierto.

Antonio, el guía, vio nuestras caras pálidas. «No se asusten», dijo. «Esto es normal, pasa pocas veces al año, pero es normal. Conforme avance el día se irá despejando el panorama». Y así fue.

Comenzó el descenso a la ciudadela acompañado de las buenas anécdotas históricas que Antonio nos contaba. Con cada palabra que él decía regresábamos al pasado e imaginábamos cómo fue la dinámica social, comercial y política de aquella época, mientras subíamos y bajábamos desgastados escalones, y tomábamos fotografías.

La estancia ahí es difícil describirla, lo mejor es compartir fotografías de ese lugar que desde la cima del Huayna Picchu se ve en forma de cóndor. Creación extraterrestre, dicen algunos. Una experiencia inolvidable, indescriptible y totalmente recomendable.

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